La fiesta de Balsareny desde una perspectiva sueca

 

Llegué a Balsareny un sábado soleado en el mes de febrero, con el autobús desde Barcelona. Soy de Suecia y unos muy buenos amigos me habían invitado a participar en la tradicional fiesta de «Els Traginers».

Nada más llegar me sorprendió la música que alegremente salía de unos altavoces en las calles principales del pueblo. Daba una sensación de júbilo, de ambiente festivo alegrando mi paseo. La gente del pueblo iban todos ajetreados con algún encargo, o ultimando compras en super-mercado o pastelería preparándose para la fiesta.

Ya entrando la tarde se organizó el primer evento. Un juego sencillo, modesto, en el cual, cabalgando por un burro o por una mula, había que apuntar y recoger unos anillos que van colgados al aire. Me recordaban aquellas fiestas de campo de antaño, en los que, con medios muy sencillos, la gente se divertía mucho. En Balsareny participaban todos, los niños los primeros, y luego madres, hermanos y los más mayores. Todos ganaban un premio, por el simple hecho de participar. Hubo muchas risas, gritos de ánimo y niños felices al recibir una bolsa de patatas por el esfuerzo. Me conmovió ver esta participación entre todas las generaciones en este evento que perduró hasta bien entrada la tarde.

Al día siguiente, domingo, el pueblo se levantó temprano, había que poner todo a punto. Los primeros autocares con españoles excur-sionistas y algún que otro vehículo extranjero, llegaban a primera hora procurando no perderse el desayuno colectivo. En el aire había un aroma delicioso de carne a la brasa y en los altavoces el interlocutor animaba a todos a subir a la plaza donde se ofrecía un desayuno de lo más típico; pan payés catalán y la butifarra, que uno mismo debería preparar en las hogueras que ya estaban echando llamas por toda la plaza.

Qué buena idea, empezar una fiesta con un desayuno colectivo e interactivo. Se nos pusieron las mejillas rojas a todos asando butifarras y pan en las hogueras, la fría mañana de invierno se convirtió en cálida y entrañable. Se comía con gusto y ganas; gente del pueblo, otros que venían de Barcelona, unos franceses, todos disfrutando.

Con el estómago lleno y renovadas fuerzas todos empezamos a caminar por el pueblo para visitar exposiciones, paradas de productos típicos, loterías y tómbolas donde, de milagro, tocaba cada vez un premio, qué generosidad la de este pueblo, además tocaban productos finos como vino, quesos y cerámica. En Balsareny se nota como el patrocinio de las empresas locales a la fiesta es muy acertada y generosa.

Cerca de mediodía empezaba el desfile de «Els Traginers». Con la calle principal como escenario se produjo un espectáculo auténtico, fino y equilibrado. Gracias a la participación de la gente de Balsareny los invitados pudimos ver la nobleza, los militares, los burgueses y los campesinos en sus caballos, en sus carros y ropa típica y a los auténticos “traginers” con sus mercancías y cargas. Era un desfile lleno de color, de detalles decorativos, de humor y de dignidad a la par en cada momento bien comentado por el interlocutor que parecía conocer personalmente a cada participante.

Era una delicia estar de espectador en la calle, una temperatura suave en el aire, justo la cantidad suficiente de espectadores para no ser agobiante, tranquilidad y sosiego en un pueblo limpio y muy hospitalario.

Quisiera con estas palabras agradecer a todos los organizadores y participantes de este evento los buenos momentos que nos han brindado.

El pueblo de Balsareny puede sentirse orgulloso de su fiesta de «Els Traginers».

Stephanie Johannesson, Estocolm (Suècia)

(NOTA: Text escrit directament al castellà per l’autora)